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OPINIONES Y REFLEXIONES
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Sobre Centenario de “El Libro de los Condenados”
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Coincidiendo con el Nº 100 de Espacio Compartido * , publicación que explora el fenómeno ovni y en un sentido más amplio el mundo de lo paranormal, he creído oportuno realizar un modesto homenaje a una obra capital que cumple su centenario el presente año (2019) y que ayudó a poner los cimientos de muchos estudios posteriores sobre todo tipo de fenómenos extraños, paranormales o heréticos, que por norma han sido ignorados, ridiculizados o despachados de manera despectiva por la ciencia establecida. Me voy a referir pues a la famosa obra de Charles Fort The Book of the Damned (“El libro de los condenados”), que se publicó allá por el lejano 1919 con el ambicioso propósito de criticar duramente los fundamentos y métodos de la ciencia moderna a partir de un amplio compendio de anomalías que dicha ciencia se había visto incapaz de explicar o resolver.
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Pero antes que nada, es preciso adentrarse en la figura de su autor, un casi desconocido para bastantes aficionados a la ufología. Charles H. Fort nació en Albany (Nueva York) el 9 de agosto de 1874 en el seno de una familia modesta de origen holandés que poseía una tienda de ultramarinos en la que trabajó el joven Charles. Ya en esa época, su interés por los más variados temas científicos le convirtió en un autodidacto y devorador de libros y revistas de la Biblioteca Pública de Nueva York, hasta el punto de ir recogiendo un enorme archivo de notas sobre “herejías para la ciencia”. Su imaginación se debió llenar entonces con toda clase de fantasías de ciencia-ficción y sabemos que fue un gran seguidor de las obras de Jules Verne, pues en 1889 le escribió para pedirle un autógrafo.

Asimismo, viajó mucho por los Estados Unidos y otros países, llegando a vivir ocho años en Londres, donde tuvo ocasión de examinar a fondo los archivos del British Museum.

En 1896 se casó con Anna Filing y la pareja se instaló en el barrio de Bronx (Nueva York), donde vivieron casi en la pobreza durante bastantes años. Profesionalmente, inició una carrera de escritor de novelas, pero la mayoría de ellas no se llegaron a publicar. Sólo una ( The Outcast Manufacturers , 1909) recibió críticas favorables, pero tuvo muy escaso éxito popular. Lamentablemente, muchos de los artículos e historias cortas que escribió para revistas y periódicos se han perdido, destruidos en muchos casos por el propio Fort. Para salir adelante, también ejerció el periodismo, la hostelería y la taxidermia entre otros empleos, pero su pasión por los fenómenos extraños u objetos anómalos fue la que marcó su vida definitivamente.
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Así, la fortuna se alió con Fort, pues una herencia recibida en 1916 le permitió liberarse de sus trabajos y dedicarse por completo al estudio de todo aquello que le fascinaba y que se salía de todos los márgenes convencionales. Fort se centró pues en escribir sobre sus teorías y visiones heréticas del mundo, y llegó a escribir dos libros que hoy podríamos catalogar como “conspiranoicos” y que tituló provisionalmente “X” e “Y” sobre posibles civilizaciones que controlarían la Tierra desde las sombras, una de ellas extraterrestre (marciana) y la otra basada en el Polo Sur. En ambos casos, vemos un claro avance de lo que luego serían luego las tópicas propuestas alternativas sobre la presencia de alienígenas dominadores de nuestro planeta así como los mitos sobre una civilización oculta en la Antártida (relacionada a veces con la llamada Tierra Hueca ).

En este empeño por divulgar herejías, otro escritor y editor llamado Theodore Dreiser le ayudó en la búsqueda de editorial para las dos obras, pero finalmente no encontró nadie que quisiese publicarlas y Fort quemó sus manuscritos. Sin embargo, el siguiente intento sí tuvo éxito. Gracias a los esfuerzos de Dreiser, en 1919 apareció su hoy ya mítico libro titulado The Book of the Damned (“El libro de los condenados”), editado por Boni and Liveright Inc. Más adelante, publicó otros tres libros de temáticas similares ( New Lands, Lo! y Wild Talents ) entre 1923 y 1932, y ya en esa época se había convertido en un autor “de culto”. En los últimos años de su vida padeció de una precaria salud y pérdida de visión, y finalmente falleció el 3 de mayo de 1932, posiblemente de leucemia, siendo enterrado en la parcela familiar del cementerio de Albany. Sus obras más representativas fueron reeditadas y aún hoy en día se reeditan, en particular El libro de los condenados .
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Las fotos más conocidas y publicadas por la prensa de época son dos o tres. Esta es una de ellas
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Su legado fue retomado por la Fortean Society , entidad fundada por su seguidora Tiffany Thayer, que tenía por objeto reivindicar la figura de Fort, recopilar todos sus documentos y proseguir la búsqueda de respuestas ante todo lo paranormal o anómalo que el estamento académico ignoraba o rechazaba. Thayer fundó la revista Doubt (“Duda”), publicación oficial de la Fortean Society, que se difundió hasta su muerte en 1959. Hoy en día, existen el INFO ( International Fortean Organization ), que publica el INFO Journal, y el Charles Fort Institute, cuya página web es www.forteana.org , con amplia información para los que deseen saber más sobre la personalidad de Fort y las facetas más destacadas de su investigación, así como los actuales estudios inspirados genuinamente en su patrón de pensamiento.

Pero volvamos ahora al Libro de los condenados para reconocer la gran aportación de Fort a los estudios alternativos a la ciencia oficial. El planteamiento de Charles Fort al enfocar esta obra fue el de exponer al público todo un mundo de anomalías y rarezas que no encajaban en los márgenes de la ciencia establecida y que le hacían pensar que nuestro planeta es mucho más desconocido de lo que pensamos y que los modelos de conocimiento e investigación del estamento académico no servían para abordar y explicar muchos de esos fenómenos extraños. Pero, sobre todo, Fort puso el dedo en una llaga que a día de hoy aún arrastramos: la gigantesca y absurda compartimentación y especialización de la ciencia moderna, que crea un conjunto de múltiples saberes desconectados e incomprensibles no sólo para la población, sino para cualquier científico de una área distinta de conocimiento. Y como resultado de ello, casi todos los expertos saben mucho de muy poco, mientras que muy pocos son capaces de interrelacionar fenómenos y conocimientos, como había sido costumbre en la ciencia antigua.

Desde esta perspectiva, Fort superó su primer afán de ser un mero naturalista y diseñó el libro como la búsqueda de un hilo conductor aparentemente imposible. En sus propias palabras:

“Mi primer interés había sido científico, pero el realismo me hizo retroceder. Entonces, durante ocho años, estudié todas las artes y ciencias de que había oído hablar, e inventé media docena más de otras artes y ciencias. Me maravillé de que alguien pudiera contentarse con ser un novelista o el director de una compañía acerera, o un sastre, o gobernador, o barrendero. Entonces se me ocurrió un plan para coleccionar notas sobre todos los temas de la investigación humana acerca de todos los fenómenos conocidos, para entonces tratar de hallar la mayor diversidad posible de datos, de concordancias, que significaran algo de orden cósmico o ley o fórmula... algo que pudiera ser generalizado.”

Así pues, Fort no quiso quedarse en la mera exposición y entre sus descripciones lanzó varias reflexiones, especulaciones y comentarios que llegaron a componer un complejo discurso de lo anómalo, mezclado con elementos de la ciencia-ficción, la conspiración y la literatura fantástica. En lo referente a su expresión literaria, el estilo de Fort no era precisamente ordenado, pero más o menos podemos decir que en sus primeros capítulos expuso su enfoque particular hacia todos los fenómenos anómalos y a lo largo de todo el contenido fue aportando una extensa casuística que podríamos encuadrar en las siguientes categorías generales:

•  Objetos de todo tipo caídos del cielo, tanto de naturaleza orgánica como inorgánica.
•  Avistamiento de objetos (o luces) volantes no identificados en el cielo (lo que propiamente luego se llamarían OVNI).
•  Fenómenos atmosféricos y astronómicos extraños.
•  Objetos aparentemente fuera de lugar o tiempo (hoy conocidos como ooparts ).
•  Criaturas extrañas o desconocidas con conexiones con la mitología o el folklore.
•  Fenómenos paranormales diversos.

Sólo a efectos de destacar algunos ejemplos representativos de esta casuística podemos mencionar los siguientes textos:

“Hubo, el 6 de marzo de 1888, en la región mediterránea, una lluvia de sustancia roja que expandió, al ser quemada, un fuerte y persistente olor animal. Pero, heterogeneidad sin fin o desechos de cargamentos celestes, hubo lluvias rojas que no estaban coloreadas ni por la arena, ni por la materia animal. El 2 de noviembre de 1819, una semana antes del temblor de tierra y la lluvia negra del Canadá, cayó una lluvia roja en Blankenberge, Holanda: dos químicos de Brujas concentraron ciento cuarenta partes en cuatro onzas «sin obtener precipitado alguno». Otros reactivos provocaron precipitados, pero no de arena. Concluyeron que contenía clorhidrato de cobalto, lo cual resulta muy vago.”
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“En el London Times se informa que un objeto redondo y metálico fue hallado el 17 de agosto de 1887 en un jardín de Brixton, «después de una violenta tormenta». Fue analizado por un químico, J. James Morgan, de Ebben Vale, que no logró identificarlo como verdadera materia meteorítica. Fuera o no fuera un producto de fabricación, el objeto fue descrito como sigue: una esfera elipsoide aplanada en los polos, de cinco centímetros de espesor en su mayor diámetro.”

“El 1º de junio de 1851, una potente explosión cerca de Dorchester, Massachussets, puso al descubierto una jarra incrustada en la roca. Era una extraña jarra, en forma de campana, de una materia indefinible, adornada con motivos florales incrustados en plata. «La obra de un artesano genial», dijo el informe. El redactor del Scientific American expuso la opinión de que la jarra había sido esculpida por Tubal Cain, el primer habitante de Dorchester. Temo que dicha tesis encierre cierta dosis de arbitrariedad.”

“Gigantes y Hadas. Los acepto. La Ciencia de hoy es la superstición de mañana, la Ciencia de mañana, la superstición de hoy. Se ha encontrado en Escocia un hacha de piedra de cincuenta por treinta centímetros; en un túmulo de Ohio, un hacha de cobre de sesenta centímetros de largo y que pesa diecisiete kilogramos; otra hacha descubierta en Birchwood, Wisconsin, ha sido expuesta en la colección de la Sociedad Histórica de Missouri: estaba «plantada en el suelo», como dejada caer, y medía setenta por cuarenta centímetros y pesaba ciento treinta y cinco kilogramos.”
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“A principios de julio de 1836, algunos muchachos buscaban madrigueras de conejo en una cadena de rocas próximas a Edimburgo, conocida con el nombre de Silla de Arturo. En la ladera de una resquebradura, encontraron algunas hojas de pizarra. Las arrancaron, y descubrieron una pequeña caverna y diecisiete ataúdes en miniatura, de cinco a seis centímetros de largo. Dentro de estos ataúdes había unas minúsculas siluetas de madera, talladas en estilo y materia muy diferentes. Lo más extravagante era que los ataúdes habían sido depositados en la caverna uno después del otro, con varios años de intervalo. Una primera hilera de ocho ataúdes estaba completamente podrida, deshaciéndose en polvo las envolturas. Para una segunda hilera, igualmente de ocho ataúdes, los efectos del tiempo eran menos visibles. La última hilera, finalmente, inacabada, estaba compuesta por un solo ataúd, de apariencia reciente.”
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1 Este informe de un supuesto oopart sigue siendo citado actualmente con regularidad como prueba de la existencia de seres humanos en épocas geológicas remotísimas.
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“Charles A. Murray, enviado británico en Persia, cuenta en el Annual Register, que el 20 de mayo de 1857 sobrevino en Bagdad «una oscuridad más intensa que la de medianoche cuando no hay ni luna ni estrellas. Fue seguida de una luz roja y siniestra, como no he visto en ninguna parte del mundo».”

“El 27 de agosto de 1885, a las ocho y media de la mañana, Mrs. Adelina D. Basset observó en las Bermudas «un extraño objeto que procedía del sur en medio de las nubes». Llamó a su amiga, Mrs. L. Lowell y ambas vieron, no sin alarma, el objeto de forma triangular, parecido a una vela de bote, y del que pendían cadenas, mostrar intenciones de aterrizar, para alejarse después por encima del mar y desaparecer finalmente muy alto entre las nubes.”

“Informe tomado de las observaciones de tres miembros de su tripulación por el teniente Frank M. Schofield, del buque americano Supply. El 24 de febrero de 1904, tres objetos luminosos, de distintos tamaños, el mayor con un diámetro de seis soles, se manifestaron a poca altura por debajo de nubes de una altura estimada en dos kilómetros. Huyeron o dieron media vuelta, ascendieron en un solo movimiento hasta ocultarse en las nubes, de donde habían salido. Pero esta unidad de movimiento no cambia nada a su diferencia de tamaño, ni a sus diferentes susceptibilidades a las fuerzas de la tierra y del aire.”

“Un corresponsal, que había vivido en el Devonshire, recuerda un acontecimiento ocurrido treinta y cinco años antes: el suelo estaba recubierto de nieve, y todo el sur del Devonshire se despertó una buena mañana para descubrir en la nieve virgen huellas desconocidas hasta aquel día, «huellas de garras de forma inclasificable», alternando a intervalos inmensos pero regulares con lo que se parecía mucho a la impresión de la punta de una pica. Las huellas estaban esparcidas en un territorio sorprendentemente vasto, y parecían haber salvado todo obstáculo posible como cercados, murallas y casas. Ante la excitación general, los cazadores y los perros siguieron esta extraña pista hasta un bosque, ante el cual los perros huyeron aullando de terror, de modo que nadie se atrevía a explorarlo.”

Como hemos visto en esta muestra, Charles Fort tocó muchos de los palos que constituyen el ámbito de lo que hoy llamamos “paranormal” y se interesó muy en particular por todos los fenómenos celestes extraños, con especial atención por las lluvias anómalas, los objetos insólitos caídos a tierra y finalmente con todo tipo de objetos aéreos brillantes o volantes cuyo comportamiento característico podemos incluir en la categoría del fenómeno OVNI. No obstante, como ya hemos comentado, lo más particular de Fort fue su posición intelectual ante toda esta amplia casuística “maldita”, que le convirtió en una especie de súper-escéptico ante la (im)posibilidad de conocer profundamente el mundo que nos envuelve. Así, frente a las posiciones “realistas” o “idealistas”, él prefirió crear una senda propia: el intermediarismo , según el cual nada es real, pero tampoco irreal, y todos los fenómenos son aproximaciones a uno u otro extremo. Dicho de otro modo, Fort concedía al conocimiento científico una cierta pátina de relatividad o flexibilidad, y se esforzaba en buscar la unidad o el “continuo” que trascendía de la aparente diversidad o heterogeneidad de seres u objetos, en cuyo análisis individual estaba perdida –a su juicio– la ciencia moderna.

En efecto, Fort fue muy crítico con la ciencia de su tiempo, y eso implicaba navegar a contracorriente en una época en que precisamente la ciencia y la técnica parecían estar en su momento de mayor gloria y esplendor, al haber traído un gran progreso a la humanidad en muchos órdenes, y haber enviado la religión y la tradición al cajón de las creencias y supersticiones. La irrupción de Fort, con sus hipótesis inusuales –que incluían presencias extraterrestres– y su recurso a los temas malditos que la ciencia quería pasar por alto, no podía ser del agrado del estamento académico y así no es de extrañar que sus textos tuvieran dificultades para publicarse. Pero una vez pudo llegar al gran público no se quedó corto en sus comentarios e ironías, y puso por escrito todo lo que pensaba sobre ese predominio de la ciencia empírica y materialista, aun a riesgo de que lo tildaran de absurdo, soñador o extravagante . Y lo que es más, Fort puso de manifiesto que la propia ciencia convencional recogía determinadas observaciones –a veces a cargo de reputados científicos– según los principios y métodos aceptados... y luego las negaba u ocultaba cuando todo aquello no cuadraba con “lo que tenía que ser”.

Como ejemplo de ese pensamiento crítico y su apelación a una realidad inexplicada (y quizá inexplicable), adjunto a continuación una selección de fragmentos muy significativos de El libro de los condenados, que incluyen algunos severos varapalos para la ciencia más sagrada y establecida, y que a día de hoy están plenamente vigentes:

“Por los condenados, yo entiendo pues, a los excluidos. Pero por los excluidos entiendo también a todos los que, algún día, excluirán a su vez. Ya que el estado común y absurdamente denominado existencia es un ritmo de infiernos y de paraísos: ya que los condenados no seguirán siendo condenados, puesto que la salvación precede a la perdición. Y nuestros andrajosos malditos serán, un día, ángeles melifluos que, mucho más tarde aún, volverán al mismo lugar de donde han venido.”

“Porque no vivimos en un mundo compartimentado, elaborado a modo de celdillas por multitud de ciencias aisladas las unas de las otras. El matemático necesitará del astrónomo, el astrónomo del biólogo, el biólogo del físico. Sin embargo, la ciencia oficial no acepta esta interacción, está totalmente compartimentada, y esta compartimentación constituye su principal defecto.”

“La Verdad es otro nombre del estado positivo. Los sabios que creían buscar la Verdad no buscaban más que verdades astronómicas, químicas y biológicas. Pero la Verdad es aquello después de lo cual no existe ya nada más. Por Verdad, designo lo Universal. Los químicos han buscado lo verdadero o lo real, y han fracasado siempre a causa de las relaciones exteriores a la química: nunca ha sido descubierta una ley química sin excepciones, pues la química es un continuo con la astronomía, y la física, y la biología. Si el Sol cambiara de posición con respecto a la Tierra y la humanidad pudiera sobrevivir a ello, nuestras fórmulas químicas no significarían absolutamente nada: seria el nacimiento de una nueva química.”

“Al intentar sistematizar, la Ciencia ha ignorado, pues, del mejor modo posible todos los aspectos de la exterioridad. Así, el conjunto de los fenómenos de caída se le ha aparecido como tan turbador, tan inoportuno, tan desagradable como una batería de instrumentos de metal trastornando la composición relativamente sistemática de un músico...”

“Darwin ha escrito El origen de las especies sin haberse preocupado nunca de definir lo que era una «especie». Es imposible definirlo. [...] En 1859 era de muy buen tono el aceptar el darwinismo; en la actualidad los biólogos se devoran e intentan concebir de un modo distinto. En su tiempo, el darwinismo estaba de moda pero, por supuesto, no ha probado nada. Su fundamento: la supervivencia del más apto. No del más fuerte, ni del más hábil, puesto que por todas partes sobreviven la debilidad y la estupidez. Así pues, no se puede determinar la aptitud de otro modo que por la supervivencia. De modo que el darwinismo prueba en todo y por todo la supervivencia de los supervivientes.”

Con todo, no cabe duda de que una de las principales aportaciones de Fort fue sentar las bases de lo que luego sería la ufología, casi 30 años antes del famoso suceso de Roswell de 1947. Así, Fort veía más allá de su tiempo y –quizá por influencia de algunos autores fantásticos o de ciencia-ficción– planteó en su libro la hipótesis de la existencia de civilizaciones o mundos extraterrestres que habrían traído la vida a la Tierra (lo que le hace precursor de la panspermia) y que tal vez tenían la capacidad de influir en sus fenómenos naturales, causando –por ejemplo– las famosas precipitaciones anómalas sobre la superficie terrestre. Incluso en un plano más siniestro sugirió que tales civilizaciones nos controlaban y explotaban, lo que también se ha convertido en tiempos más recientes en una de las corrientes más prolíficas de la ufología e incluso del ámbito de la conspiración. Véanse estos dos párrafos, a modo de muestra:

“Si considero a otro mundo comunicándose en el mayor secreto con algunos habitantes muy esotéricos de nuestra Tierra, me será necesario considerar también otros mundos intentando comunicar con todos los habitantes de nuestra Tierra, después vastas estructuras costeándonos a kilómetros de distancia, sin el menor deseo de ponerse en contacto con nosotros, como buques de cabotaje cruzando de isla en isla sin hacer su elección. Después creo que tengo también datos sobre una vasta construcción, que ha llegado numerosas veces a hacernos una visita subrepticia, hundiéndose en el océano y permaneciendo sumergida, después volviendo a partir hacia lo desconocido.”

“ Creo que somos bienes inmobiliarios, accesorios, ganado. Pienso que pertenecemos a algo. Que antiguamente la Tierra era una especie de tierra de nadie que otros mundos han explorado, colonizado y disputado entre ellos. [...] Pero, en cuanto a las visitas subrepticias hechas al planeta, muy recientemente aún, en cuanto a los viajeros emisarios llegados quizá de otro mundo y cuidando mucho de evitarnos, tenemos pruebas convincentes.”

No hace falta realizar demasiados comentarios sobre estas palabras; es evidente que Fort no se limitó a publicar la casuística ufológica clásica, sino que pretendía ir mucho más allá y realizar osadas interpretaciones que luego fueron recogidas por bastantes investigadores de la segunda mitad del siglo XX y aún de este siglo XXI. Sobre lo que podía saber, insinuar u ocultar Fort sólo podemos especular, pero su rechazo a la ciencia oficial y su interés por identificar otras realidades o formas de adquirir el conocimiento crearon escuela y fomentaron un tipo de pensamiento lateral que se alejaba de los cauces de la racionalidad y empirismo dominantes. Por supuesto, nada de esto podía ser admitido desde el paradigma científico y muchas de las observaciones que Fort puso encima de la mesa fueron combatidas a veces por el estamento académico con cruzadas tan vehementes como las que realizó el famoso astrofísico Carl Sagan, un reconocido paladín contra las llamadas “pseudociencias”. Sea como fuere, su semilla iconoclasta quedó sembrada y los frutos de sus arriesgados textos se recogieron décadas después. Sólo en Estados Unidos cabe citar autores tan destacados como Phillip K. Dick, que –aparte de su conocida faceta como escritor de ciencia-ficción– estuvo buscando verdades totales a través de las doctrinas gnósticas, y sobre todo John Keel, un auténtico referente del mundo de la ufología y que se confesaba fiel seguidor de los estudios forteanos. En cuanto a Europa, nadie duda del gran impacto que tuvo Charles Fort sobre el movimiento llamado realismo fantástico , de finales de los años 50 y principios de los 60, que prácticamente copió los enfoques y contenidos forteanos para divulgar entre el gran público las mismas preguntas y controversias acerca de una realidad más bien esquiva desde el punto de vista científico convencional. Sólo para citar dos ejemplos muy significativos, basta recordar los libros del italiano Pietro Colosimo (Peter Kolosimo), en particular El planeta incógnito (1957), y las primeras obras del dúo Pauwels y Bergier, con su clásico El retorno de los brujos (1960). Este movimiento literario se alargaría en los años 60 y 70, haciéndose un fenómeno cultural de masas, sobre todo a través de la ufología y de la arqueología alternativa, unidas en torno a la teoría de los antiguos astronautas.
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Y en fin, pasado un siglo de la publicación de El libro de los condenados, considero que es todavía una lectura imprescindible y muy recomendable para abrir la mente y para fomentar un espíritu científico genuinamente escéptico e inquisitivo. En este sentido, no les vendría mal a muchos vendedores de humo o de verdades dogmáticas darse una vuelta por los universos forteanos para bajar del pedestal y asumir con humildad nuestras carencias y falta de respuestas en tantos temas de nuestra realidad cotidiana, empezando por el fenómeno OVNI.

© Xavier Bartlett 2019

Sobre el autor:
Historiador Arqueólogo. Nació en Barcelona en 1964. Obtuvo la licenciatura en historia, en la especialidad de prehistoria e historia antigua, por la Universidad de Barcelona, en 1987. Tras realizar algunos trabajos y publicaciones en su campo académico, se ha centrado profesionalmente en la educación, la formación de adultos y la formación empresarial; también se ha dedicado a la gestión de proyectos editoriales. Ha publicado varios artículos sobre arqueología, derechos humanos y, muy especialmente, formación.

Sus investigaciones independientes han sido publicadas por el equipo Dogmacero, además de ( * ) Espacio Compartido publicación desaparecida del IIEE de España.
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Lamentablemente falleció en Mayo de 2020 dejando a todos sus amigos sorprendidos.

Hemos querido hacer un recuerdo en su nombre, publicando uno de sus trabajos donde se puede apreciar una mente abierta a posibilidades no conocidas aún en nuestro mundo. Sólo podemos agregar : NO ES EL FINAL, ES UN NUEVO COMIENZO
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